Cristiano celebra que el Bernabéu se rinda a su talento y se dispone a reconquistar el Balón de Oro que le arrebató Messi en 2009
DIEGO TORRES
El Bernabéu tardó años en rendirse a sus ídolos.
Los casos célebres abundan. Transcurrió más de un lustro hasta que la hinchada
le cantó algo a Raúl y a Ronaldo nunca le brindó un homenaje espontáneo como el
que dedicó el domingo a Cristiano. Para coronar la velada, la multitud se unió
a Ultras Sur, el grupo más fanático, cuando exhibió sus cualidades en la
composición adaptando una versión de Na na hey hey kiss him goodbye, un clásico
de los Steam.
La confesión fue natural: Cristiano
abandonó el campo diciendo que solo quería un poco de cariño. "La verdad
es que estoy felicísimo", dijo tocado con una gorra de visera roja;
"era algo que buscaba desde hacía mucho tiempo".
Sus gestos de divino tenían en vilo a la
afición. Los recelos eran mutuos, alimentados por el técnico, José Mourinho,
que dentro del vestuario confiesa su perplejidad ante la frialdad de la
hinchada. Cristiano se sintió abatido cuando la grada lo pitó tras el clásico
de la Liga de noviembre. El episodio le tuvo trastornado unas semanas. Pero en
aquel desencuentro se originó esta nueva comunión. Desde entonces la ventaja de
puntos sobre el Barcelona ha pasado de tres a 10 al tiempo que el portugués se
ha afianzado como un goleador en permanente ebullición. Por tercera temporada
consecutiva, Cristiano va camino de batir su propio récord y, con él, todas las
marcas anotadoras preexistentes en el madridismo.
Desde su primera temporada en el
Manchester United, la 2003-2004, su renta goleadora se ha disparado.
Sucesivamente, su casillero por campaña, sumando todas las competiciones, se
hincha: 4, 5, 11, 23, 40, 25, 33, 54 y 33. En sus seis cursos en Inglaterra
marcó 118 tantos en 292 partidos. Una media de 0,40 por encuentro. En el Madrid
suma un gol por partido: 119 en 122 encuentros, un promedio de 0,97. No hay un
caso parecido en Europa. ¿Cómo no corear su nombre?
Cristiano ha hecho lo más difícil:
esperar. Ha esperado desde el día en que le anunciaron que no ganaría su
segundo Balón de Oro en 2009. Ha esperado procurando controlar sus arrebatos
emocionales, no siempre con éxito, mientras Messi, un futbolista al que siempre
consideró inferior, conquistaba uno, dos y tres trofeos individuales y se
establecía como el monarca indiscutible del fútbol mundial.
Hoy, Cristiano vuelve a sentirse
dichoso. Asegura a sus compañeros que es feliz en Madrid y que su familia no
quiere vivir en otro lugar. Observa que el Barça se apaga y que el Madrid
crece. Calcula que sus años de travesía han quedado atrás. Sabe que le bastará
con liberar la fiera que lleva dentro para dar el zarpazo definitivo a su
segundo Balón de Oro. Con la Liga en el bolsillo, le resta la Champions y
brillar en una Eurocopa en la que no estará Messi.
La derrota del Barça en Pamplona preparó
el escenario. El optimismo contagioso que se respiraba en Chamartín el domingo
prefiguró el campeonato. Liberado de las tensiones de la persecución, el equipo
y su goleador se entregaron a los placeres del juego. El tercer gol resume su
estado de gracia. Fue una obra maestra de fuerza y precisión. Un remate desde
fuera del área con el empeine interior del pie derecho que provocó la folha
seca con el efecto más violento que se recuerda. El balón subió en dirección al
segundo anfiteatro y, tras superar al portero, cayó como una bomba junto al
larguero.
Antes de conquistar su primer Balón de
Oro, en 2008, Cristiano decía que no le preocupaban los trofeos particulares.
En Momentos, su autobiografía publicada en 2007, el entonces delantero del
Manchester United aseguró que valoraba más la admiración de la gente que ser
número uno. "Saber que aprecian mi trabajo, que les gusta mi personalidad
y mi carácter, es mucho más importante que cualquier título individual",
dijo; "por eso no vivo obsesionado con ser el mejor jugador del
mundo".
Dicen sus más allegados que hay que
relativizar mucho su modestia. Por entonces, Messi era un futbolista inmaduro y
Cristiano no atisbaba competidores serios en el horizonte. Tras ganar el primer
Balón de Oro, sus amigos le vieron perseverar en su perfeccionismo. El
presidente del Madrid, Florentino Pérez, lo apuntó en 2009: "El fútbol es
sagrado para él y lo vive con una obsesión permanente, la de ser uno de los
futbolistas más grandes de todos los tiempos". Cristiano soñaba con ser
más grande que Eusebio y Di Stéfano, con situarse junto a Maradona y Pelé o
incluso por encima. Pero se le interpuso Messi obligándole a soportar una
amarga espera. Hasta ahora. Quizás, como piensa Cristiano, sea el momento.
Artículo original: www.elpais.com
Peña Madridista El Esparto
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